6 de junio de 2010

Desahogos

Qué más que un puñado de ideas rotas en el aire.

Hubo tiempos en los que las mujeres caían rendidas a los pies de un poeta. En que el harén estaba lleno de odaliscas frescas en un lienzo. También tiempos en que la carne era tan repulsiva y agradable, que el olor tostado entraba como las visceras esparcidas en la cara. Hubo tiempos felices mejores y más mojados. Llenos de Claro de Luna o de viajes interespaciales. Hubo tiempos en que yo estaba vivo y podía creer en muchas cosas, cosas hermosas o que me produjeran un temor horripilante.

Qué más que un puñado de ideas rotas en el aire y yo vacío tirado en el fondo de la habitación.

No más de esto y muchas cosas. Me levanto y miro de noche la nada envuelta en electricidad. Ventanas y más ventanas. En cada ventana hay una historia y muchas viejas calladas tejiendo abrigos y muchos saciados durmiendo lo que no han dormido en muchas noches. En cada ventana hay una historia y yo las tomo como mías, mejor que contar los minutos o las vidas de los otros. Mucho mejor, porque en cada ventana hay una historia apasionante, ahogada.

Primer desahogo.

Fotos el día de mis cenizas el día del viento inclemente arrojándome triste y qué triste
lloriqueaban solos mis pensamientos y yo enterrado enterrado para siempre
en mi abismo yo tirado y los perros lamiendo las rocas
cuándo yo nunca nada conceptos rocas sueltos deriva mar
música y sin mí o sin ti sin frío
y horroroso calor en las venas tragedias días
no pasarán jamás
mundo de días espantosos
mundo de colores espantosos
huecos colores
a todo que en paz descanse
nadie yo nunca
por qué
miles de preguntas lacrimosas
en medio de camas
sábanas destendidas
y mi dolor permanente
nadie
nadie conmueve músicas
de nadie nadie lo comprende
por qué
por qué
y yo sigo gritando por qué
por qué sin cadáveres que acompañar
a dormir dormir para siempre
siempre nunca
adiós
adiós mundo de colores espantosos
una bocina en medio de la avenida
mi cuerpo como la punta de una puntilla

Lo escuchaba gritar toda la noche.

Segundo desahogo:Equivocado.

Y no. Solamente nada, así quedó: paralizado.

Después de esa noche, en que por fin podía hacer lo que quería, vio la sonrisa de Alicia. Sus labios secos , pacíficos y el pintalabios ya desaparecido. Como si venganza fuera (o venganza fue), una sonrisa desvergonzada hacía resplandecer su rostro.

Y él repetía constantemente "ella murió llorando". Dio cuenta de su equivocación; no lloró, ni la muerte la hizo parecer débil.

Tercer desahogo:El color de las berenjenas.

Sabrán del hermoso color de las berenjenas; pues hoy él se ha enamorado de él... hoy él es él, él, tan libre como para enamorarse del color de las berenjenas.

Y es tan libre que cantará a la noche -la noche rojiza- su amor, dando vueltas, cayéndose con una botella en la mano... ¡impresiones nuevas que no pasarán efímeras ,desapercibidas!.

Cierra entonces los ojos y ve en sí el color -el color de las berenjenas- tan intenso y abisal que sentirá una intriga apasionante y provocadora atravesar las fronteras de su pudor y llegar hasta los rincones más inhóspitos de su cuerpo.

Sabrá él del hermoso color de las berenjenas, y se desplomará sobre el andén, frente a los ojos asqueados, feliz y embriagado en su soledad.

Cuarto desahogo:Consideraciones.

Ahora maneras crueles despiadadas las que tiene la ciudad de no vestir cándido el ocaso.

Y él, instantes mismos, instantes mortificadores, diapasones sonidos incesantes. Será la noche la que extinga el cielo ardiente horroroso, pero no, es muy tarde para eso.

Piensa... ¡no dejes de pensar!, fíjate en las baldosas, rojas pasionales estarán mejor se verán únicas. No no, a la gente no le gustará, les parecerá repulsivo; ¡¿Sí?!¡NO!.

Ostentosos edificios opacan la montaña, una montaña misteriosa llamativa, verdosa de árboles, grisácea de industria y en medio iridiscente la miseria. Líneas de luces simultáneas arropan la avenida; querrás saltar a ella a esquivar los motores raudos vigorosos, o simplemente no.

Entonces recuerdas vasto vacío el armario, allí furtiva tu sangre. No verán tu cara inexpresiva tus ojos extraviados tu vida destrozada.

Nadie lo sabrá, y eso es lo importante.

Quinto desahogo:La última bocanada de humo.

En mis manos una caja de cigarros, no mentolados, pues me parecen asquerosos. Tomo el encendedor negro, aquél que encontré un día caminando por el parque al lado del conjunto residencial.

Y sentado en la acera, recordando el pasar del tiempo, recordando los reflejos en el charco de las luces al pasar los coches.
Sentado, rompiendo la caja de cartón, tirando los pedazos al agua, sintiendo que se desvanecían como palabras que intenté, pero nunca dije.

Mis labios no alcanzan a sentir el ardor que hay en el otro extremo del cigarro, pero mi mano sí lo siente, al caer una ceniza sobre ella, simultáneamente sentía caer sobre mí la verdad, que abre los ojos y a la vez duele, que me he quedado solo esta noche. Que nadie en esa fría noche iba a estar preocupado por mí, ni por mis pulmones ni por mi mano quemada.

La última bocanada de humo, seguido del ruido del fuego al caer al agua.

Sexto desahogo:El reflejo roto.

Se da cuenta de la grotesca verdad al mirar el espejo. Las bellas mentiras se desvanecen por su reflejo, y nada más puede hacer; su repugnancia es tanta que sólo puede callar.

Puede ver ahora las lágrimas cayendo suavemente en su ropa de bufón. No podrá soñar nuevamente, la realidad ante sus ojos lo impedía.

Y tomó la silla de la que se para antes del espectáculo ,con toda fuerza y con todo valor, con sus manos secas y con su mirada húmeda, y la lanzó al espejo dando un grito desgarrador. Los pedazos de vidrio caían en todo el lugar, al mismo tiempo que él caía con una sonrisa en su rostro ensangrentado.

-¡El deforme está que se muere, señor Pérez!- gritó la contorsionista- !Qué asco! esa cosa está toda llena de sangre.

-Última vez que ese malparido me arruina las vainas ,¡no entiendo para qué le pusieron ese puto espejo en el cuarto!- exclamó el señor caminando de un lado a otro .

-¿Dónde lo ponemos?- preguntó la mujer agarrando el cuerpo como podía.

-¿Dónde más?, pues en la tarima, a ver si lo aplauden- dijo poniéndose su sombrero de copa y limpiándose el traje, para salir del camerino como si nada hubiese pasado.

Séptimo desahogo: Francotirador.

Tiene la mirada fija en el cielo; todavía está sentado en ese elegante balcón, tal vez, con un pensamiento incorruptible, como pensando en un sueño incompleto o en una sensación nueva.

Sólo pensar que a él, tal vez,también le haya gustado pisar las hojas secas en la calle, para escuchar ese tentador sonido, me forma un vacío en el vientre. No es compasión, es semejanza.

Mientras yo me sigo remordiendo, él sigue tan quieto, solo, acariciando una rosa de tela que tiene sobre las piernas. Como si fuera independiente a su destino, como si su vida fuera la paz que en este momento demuestra, ahora, sólo puedo observarlo y esperar la orden de dispararle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario