30 de junio de 2010

La renuncia.

Sabemos muy poco y, la verdad, tampoco podemos hacer mucho. Los casos nos están llegando desde las trece. Puro caos capitalino y la noche se cubre con las luces desesperadas de las ambulancias, el asfalto mojado y los perros sentados en los portones de las farmacias. Sucedieron las cosas muy rápido, los teléfonos de emergencia parecen ya estar saturados. Dulces sueños oyendo las gotas caer en la ventana. Arropado y encogido, todavía vestido con su ropa de trabajo. Cayó rendido sobre su cama, exhausto, después de un día horrible. Los centros de contagio que hemos identificado -pubs y discotecas de toda la ciudad- ya están siendo sellados. Duerme tranquilo, sólo siente no estar ahí, ahí con sus pies destapados, con su traje desteñido y su pelo alborotado. Esperemos que no se extienda más.

¿Síntomas? Calor corporal elevado siete grados por encima de lo normal, convulsiones permanentes y risas descontroladas. Se despierta súbitamente, el teléfono suena. Contagiosa es, pero no sabemos cómo se contrae; no notamos cambios físicos, sólo ríen como locos. Su mirada da vueltas sobre el techo, prefiere no levantar el teléfono. Da un vistazo a la ventana, llena de gotas que bajan despaciosas. Es que no es una fiebre, una fiebre no es así. Las luces recorren la sombra del cuarto, pasan veloces sobre la pared, mostrando su silueta encorvada y los calendarios en la repisa. ¿Preocuparnos? Tal vez. Las risas saben enloquecer .Siempre han dicho que la risa es contagiosa, pero esto es macabro ¿sabes?.

Transmisión en directo y sin pausas. Seguimos la noticia, vayamos a la zona de cercamiento. Perdió el sueño. Como se puede ver, la zona está repleta de grupos de socorro y personas desalojadas. Podemos oír cómo se extendió la risa por todo este edificio. Señor Coronel, ¿qué harán para controlarla?. Vivir, vivir y despertar y seguir viviendo nada. Sellaremos todos los edificios de la zona hasta que sepamos cómo tratarlos. Mientras,pedimos que no se acerque gente. Se levanta ,camina hacia la repisa y mira el calendario. Van más de veinte días igual, sin ver a nadie, sin sentir nada. No sé cómo se ha esparcido, los contagiados ni siquiera se mueven de su lugar, no notamos nada en el aire, nada en sus cuerpos. Los perros se recuestan a dormir bajo los portones de las farmacias, la ciudad se envuelve en sirenas. ¿Qué tiene de grave? Pues que morirse de risa será literal.

Muchos curiosos han llegado a la zona de cercamiento. Los cuerpos de socorro también siguen llegando. Enciende la luz fría del baño y mira su cara en el espejo. ¿Pánico? Es algo pintoresco, a la gente no le asusta eso. Se sienta sobre la porcelana. No es algo duro ser tan solitario. Es simplemente vivir y hacerse humo como los demás; lo único diferente es que el humo solitario nadie lo respira. Están desplazando a curiosos y cuerpos de socorro. Al parecer los que han llegado a socorrer se contagiaron. Un olor podrido sale de la cisterna y se extiende por las cortinas. No, es que la falta de pánico es el problema; la gente no se lo toma en serio. Y pronto caen sus ojos ,sus manos, y pronto se recuesta sobre el suelo, y vuelve a sentir lo que no ha sentido en mucho tiempo. La zona de contagio se ha expandido como no creíamos.

Se da cuenta de su vacío, se siente triste y desamparado. ¿Qué nos queda por hacer? No sabemos. Vuelve a sentir desgarrarse y un grito que le dice su vida desperdiciada, su vida entre papeleos y teclas, su vida perdida entre una cuenta bancaria. Se ha extendido gravemente hacia el norte de la ciudad. También nos han llegado reportes de casos en el sur y a las afueras. Nada por hacer y sólo callar y comerse callado y con los ojos en el suelo. ¿No pediremos que Dios nos ampare?¿No correremos y temeremos hasta el fin de los días?. Y de pronto abre sus ojos y quiere ,entonces, acariciarse de lluvia y de juegos y de sonrisas y de niños saltando charcos y un mundo de dientes de león volando a su alrededor. Perdimos contacto con la zona de cercamiento. De pronto las sirenas callan y los perros sólo oyen gritos y risotadas.

Y sí, ya sabemos por qué se ha esparcido de esa manera. Y se levanta del suelo y se quita la corbata. La gente sí quiere contagiarse. Quiere renunciar a su vida y sólo reír, reír. Baja y disfruta cada escalón en el edificio, baja y siente los dientes de león rozar su cara y su sonrisa y ríe, ríe. ¿La cura? No sé. ¿Prevenirla? No renunciar al dolor.

La ciudad es una carcajada. Cerrada transmisión.

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