14 de junio de 2010

Sangre.

Estaba parado en mi noche solitaria, viendo las gotas caer del borde del edificio. Llovía, llovía mucho. Todo en mi noche estaba lloviendo: llovían las alcantarillas y las ventanas, llovían las voces y las luces pavorosas que salen insomnias a recorrer la ciudad. Pero ,sobre todas las cosas, llovían sus rojos ojos vigilándome, callándome, mostrándome en colores penetrantes todo lo que quiere con una adornada palabra: únete. Unirme... sólo necesitaba pensarlo. Todos los pisos están pintados con su mirada, una mirada sonriente ,casi amenazante.

Y rojo como las vallas paró ante mí un coche. Sabía que era él, todos en esta ciudad carmesí lo saben. Bajó la ventana despaciosamente, para ver sus ojos también rojizos.
-¿Qué haces aquí parado, chico?- me dijo su mirada con voz seca.
-Esperando a que algo ocurra - le respondí, casi ahogándome en las gotas que caían sobre mi lengua-¿Por qué lo pregunta, señor?
-Porque quiero que subas conmigo- y abrió la puerta sin avisarlo.
Subí. Me acomodé. Cerré los ojos.

Sonaba la calle, como cuando hay más agua que asfalto, como veloces son los vientos mojados. Sonaba el motor, rojos y fríos aluminios, como rotos rotores ronroneantes. "¿Nunca lo has pensado?", sus palabras, secas y seductoras, sonaban como aquellos penetrantes colores en las letras, "¿No has pensado unirte?".
- Sí, muchas veces, señor- le contesté con temor, apresurado, con un hilo de voz diminuto.
- Sé lo que piensas, aunque no te diga qué pensar, como a los demás.
Callé por un instante, remordiendo mis palabras.
- A usted no podría mentirle, señor- y abrí mis ojos y miré los suyos- la verdad es que me siento tremendamente solo. Extraño más a las personas de lo que extrañaría a la luz del día, usted me comprenderá.
Y su voz seca- lo comprendo- se transformó en dulce.- Mi empresa no tiene límites, tú me entiendes - y soltó una pequeña sonrisa grave, que correspondí tímidamente.

Cerré de nuevo los ojos.
Cuando no hay nada que mirar, los sonidos caen a tus hombros y recorren las sombras de tu espalda, dibujan leves imágenes con sabores diminutos, que sientes en lo más profundo de tu espina, tu espina de matices rubíes. Saboreé los acantilados citadinos, sentí las avenidas pasar por mis venas, cada diminuta persona pálida rozaba mi piel deshecha.

-¿Lo ves?- me sorprendió su voz.
-¿Ver qué, señor?
- Tu mundo encontrado con el mío- y después de estas palabras abrí mis ojos. Habíamos llegado. Son sus torres, su opulento imperio escarlata, que me vigilaba a cada instante, que sentía mi palpitar extraño.

Abrí la puerta asombrado, nunca vi sus torres tan de cerca. Eran hermosas. Columnas con finos detalles tallados, rostros macabros a la luz de antorchas y neones deslumbrantes; también jardines exuberantes de rosas rojas y doradas, de bellas estatuas mojadas donde el agua se mecía. Pero, sobre todo, me deslumbraba el reflejo rojizo de la Luna entre las nubes, asomándose tímidamente en la tormenta, en el estanque que brillaba al fondo de los caminos pastosos.

Y llegamos a su puerta marrón, grande, imponente. Me sugirió detallar los asombrosos picaportes dorados, sentir sus gruesas chapas, oler su fino aroma a roble, lo que hice detenidamente. Entonces entró por mi espalda el despacioso rechinar de sus manijas; la abrió. Pasillos interminables de rojas puertas misteriosas, paredes adornadas con tiesos paisajes bucólicos y un viento estremecedor saliendo de unas escaleras encorvadas. Era un sitio sumamente hermoso, dorado, inerte.
-¡Hora de comer!- gritó a la infinitud de las salas extendiendo sus brazos al aire. Y me vi sentado a la luz de los candelabros ,esperando sus palabras, mirando disgustado mi sopa y el rojo mantel que se extendía hasta sus brazos. Me miraba, no paraba de mirarme.
- ¿Qué sucede, por qué no comes?.
- Hay sangre en mi sopa.
Y me mostró su colmilluda sonrisa complaciente - hay sopa en mi sangre.

Ahora , ahora soy feliz. Y mis días y noches solitarios se transformaron en el espeso olor de las venas. Trabajo en su empresa, ya su mirada no me amenaza ni me inquieta. La ciudad rojiza se desvanece entre mis sueños, se desvanece en las pálidas voces que recorren mi mente.
Ahora sus ojos son los míos, y ya no necesito pensar.

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