16 de junio de 2010

Tres cuentos cortos y tontos.

Un Claro de Luna.
¿Debussy o Beethoven?
No importa, sólo ponlo.


Es la noche especialmente pálida, en el cielo solo un Claro de Luna inacabable. Y, sobre una pared plateada, unas siluetas se deslizan suavemente ,ponen dinero en una mesa ,miran unas cartas indecisas. Ellas, jugadoras de viernes, no se han sospechado mutuamente en esta noche. Esta noche juegan placenteramente, sin preguntarse nada en sus interiores. Juegan inconscientes del mundo tan espeso en que viven, hoy no juegan por dinero. Sin embargo, no notan la grandiosa singularidad de ese Claro de Luna inacabable que, de acabar, acabaría; pero no para sus ojos en las cartas, no para sus manos heladas y sus bocas fumadoras. Ellas acabarían sin notarlo.

Cof, cof


Y, como ha de suceder con todos los silencios, éste se tornó incómodo. Entonces, como ha de suceder con todos los buenos silencios, éste cayó con una conversación estúpida.
-¿Han visto cómo hacen en los casinos?.
-Hacen qué.
-No hablan para pedir carta ,sólo dan un golpecito en la mesa.
-Es una tontería, una tontería de maricones.

"¡Mataría a esos maricones de los casinos!".
Él, jugador de viernes, después de emitir su desprecio inclemente hacia los jugadores de casino, pone su colt sobre la mesa.

¡Bang!

-Vaya.
-Tenía que ser tonto.
Son ésas... Esas pequeñas, llamémoslas, banalidades: subirse la cremallera del pantalón cada mañana, subir la tapa del retrete, amarrarse los zapatos lo más fuerte posible, ponerle el seguro a la pistola... Esas tonterías que no pasan por nuestra cabeza, que hacemos sin siquiera pensarlo, automáticamente; pero que, si no las hacemos, todo se convierte en una fatal tragedia. Deseas entonces no haber nacido.
-O con los sesos desparramados sobre la pared.
Exactamente.

Se acercan ellos, jugadores de viernes, a mirar sus restos en el suelo. Nada más que su cráneo destrozado y vacío, su traje cubierto en una nube de sangre nauseabunda y su cigarro todavía encendido. Sin embargo, siempre hay algo excepcional en un paisaje tan desolador. Sus cartas están intactas, aferradas con fuerza, sin mancha alguna.
-Cómo es la vida. As y Q; al menos murió feliz y victorioso. Qué suertudo el desgraciado.
-Nos quería sorprender; lástima que la bala lo sorprendió primero.
-¿Lo sacamos y seguimos jugando?.
-Mañana lo recogerán, supongo.
-Muy bien.
Y ellos, ignorantes de noche tan especial, siguen jugando. Deslizan las cartas una por una: ese suave sonido al recibir un nuevo juego, esa pequeña emoción.

Cae la Luna sobre su rostro pálido.
Cae como siempre caerá.

Die Maschinen!.
Die Maschinen.

Ya vienen ,sí, las máquinas a arrasar. Ya vienen con sus temblorosos sonidos inhumanos, con su humo oscuro y maloliente, ya vienen veloces a cerrarnos la garganta. No puedo esperar. Cuánto más las sirenas nos dirán que estamos acabados, que no aguantamos, que estamos vencidos en el polvo sepulcral de esta trinchera. Y ya no te preguntas por los otros, ya no te preguntas qué sucede afuera. Sólo abrazas tu fusil como si tu vida dependiese de ello, como si tu vida fuese un horizonte de destellos y explosiones, como si tu vida se comprendiese en ésos, tus ojos rojizos de ceniza.

-Son los rusos- tu triste ser encorvado en la piedra me susurra, me susurra tiritando. Tienes miedo en tu saliva, miedo en tus lágrimas, sólo quieres ocultarte en este hueco repugnante.
-Marica- y quiero delirar con pólvora liberadora, oler la emoción explosiva, quiero tener un gemido de muerte en mis manos.

¡Bang!

Penetrante.

En mi mira, cada suspiro, cada minuto, cada sensación, acaban de manera inclemente. Y tiemblas, y sólo sabes temblar.
Su casco bolchevique vuela millas, un rojo envuelto en rojo literal. Rojo sangriento, rojo que no entenderás.
-¡Imbécil, nos han visto!.
-A la mierda con tu miedo, Hans.
-¡Alfons, idiota! - te levantas y exclamas apasionado- me llamo Alf...- y las balas sacuden tu cuerpo irritado,las balas desploman tu ira al silencio.

Fatal silencio.

Te llamabas Alfons,mientras pasaban sobre ti las máquinas, mientras los tanques destruían lo que quedaba de Berlín.

Cof, cof

Es como la historia de un durazno ocre y deprimente, solo sobre una bandeja de madera podrida. Un durazno que recuerda cómo se movía con el viento y caía al pasto. Hermoso rodando colina abajo, suculento y vivo, esperando miles de labios y bellas dentaduras, teniendo esperanzas de ser comido y olvidado. Y, recostado sobre la madera, recuerda nostálgico ese instante, ese momento en que estaba en su máxima expresión de duraznidad.

Lo mira fijamente, es un hombre sin rostro comprensible, bebiendo un sorbo tras otro de una botella verdosa, sentado inmutable sobre su asiento y su polvo. Piensa entonces que no lo comerán. Su piel de terciopelo, al pasar los minutos, se hace más oscura; se siente enfermo, con poca vida. Sigue mirándolo, ve en su rostro el placer más placentero. El vino es como una buena canción; llega a un punto de culminación maravillosa, donde las sensaciones se pierden en la eternidad. Y en este clímax inexplicable sus miradas se encuentran, y él, dejando la botella, piensa que es perfecto un durazno así, mirándolo expresivo.

Mira la botella a su lado, mira su fondo seco y su reflejo, ve su tallo en el suelo y su piel oscurecida. Es todo lo que necesito. Naturaleza muerta. Es naturaleza muer...

Ya deja de mirar ese cuadro y decir estupideces, sigamos.
Sí, señor.

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