29 de diciembre de 2010

El breve y asombroso viaje del acidoso intelectualoide Pedro de Loquesea.

No era normal; sí, todo quería decir que estaba despegando, yéndose del suelo, tal vez para siempre, como un hombre de arena que nunca volvería a su forma normal.Y Pedro de Loquesea enloquecía sentado en su sucio sillón-cohete marrón, sentía los resortes temblar bajo su espalda, las luces del viento rozar a gran velocidad su negra camiseta estampada de un grupo de grindcore escandinavo que nadie más conoce aparte de él y su grupo de mediocres amigos. ¡Oh, cuántas noches había esperado este viaje, que cada vez más se aceleraba, se hacía más extático y convertía al cielo en las ventanas de miles de alcobas que Godzilla algún día rompería con su grisácea cola de duras escamas! Reía y reía tanto que las paredes de ese pálido verdoso se desvanecían y lo dejaban ver en los zumbantes palabreríos de esos millones de personas con caras planas amarillas que sólo tenían una línea sonriente por boca y dos puntos en sus ojos un Neptuno lleno de colores graciosos. Qué cochino planeta era ese Qué gente extrañas criaturas se deslizaban por su cabeza qué extraño lugar, pero estaba seguro de que era Neptuno, su sillón no podía mentirle, era en el que más confiaba... porque era un cohete; los cohetes parlantes son de fiar.

Zumbaban por detrás de su rostro las palabras de esas miles de personas; él, con los ojos en el culo, disueltos en espesos lagos de tinta negra, gritaba frenéticamente en un espectáculo que nunca antes había podido presenciar. Cruzando los azules vientos de las montañas neptunosas, los blancos cables que sus orejas desprendían danzaban al sonido de una música incomprensible que no valía nada, como él, que sólo era sus palabras refinadas cargadas de su intensa frustración. ¡Pero qué putas, estaba en Neptuno! Cientos de personas neptunianas que no lo distinguían, sólo amarillas caras que caminaban con pixeladas expresiones de dichosas angustias... verdes, rojos, naranjazul... En el fondo de su espina sentía a Yonfredi mirarlo como la trabajadora sexual que era, estúpida manta voladora se iba... Godzilla dejaba en ruinas a la ciudad violeta que no le temía a él, sino al estúpido monstro del calentamiento global. Las paredes verdes de su triste cuarto se ponían en su neptunoso lugar, y las decenas de caras amarillas entraban en la pantalla que sin darse cuenta se volvió a formar... Y, de repente, su mejor amigo dejó de hablarle y no habló nunca más; su sillón se quedaría callado para siempre. Pedro se quitó sus audífonos blancos, su arena se transformó en carne, y miró hacia el simplón techo gris que lo observaba impactado, y sólo pudo soltar dos débiles palabras... "Qué viaje".

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