Un Claro de Luna.
¿Debussy o Beethoven?
No importa, sólo ponlo.
Es  la noche especialmente pálida, en el cielo solo un Claro de Luna  inacabable. Y, sobre una pared plateada, unas siluetas se deslizan  suavemente ,ponen dinero en una mesa ,miran unas cartas indecisas.  Ellas, jugadoras de viernes, no se han sospechado mutuamente en esta  noche. Esta noche juegan placenteramente, sin preguntarse nada en sus  interiores. Juegan inconscientes del mundo tan espeso en que viven, hoy  no juegan por dinero. Sin embargo, no notan la grandiosa singularidad de  ese Claro de Luna inacabable que, de acabar, acabaría; pero no para sus  ojos en las cartas, no para sus manos heladas y sus bocas fumadoras.  Ellas acabarían sin notarlo.
Cof, cofY, como ha de  suceder con todos los silencios, éste se tornó incómodo. Entonces, como  ha de suceder con todos los buenos silencios, éste cayó con una  conversación estúpida. 
-¿Han visto cómo hacen en los casinos?.
-Hacen  qué.
-No hablan para pedir carta ,sólo dan un golpecito en la mesa.
-Es  una tontería, una tontería de maricones.
"¡Mataría a esos  maricones de los casinos!".
Él, jugador de viernes, después de emitir  su desprecio inclemente hacia los jugadores de casino, pone su colt  sobre la mesa.
¡Bang!
-Vaya.
-Tenía que ser  tonto.
Son ésas... Esas pequeñas, llamémoslas, banalidades: subirse  la cremallera del pantalón cada mañana, subir la tapa del retrete,  amarrarse los zapatos lo más fuerte posible, ponerle el seguro a la  pistola... Esas tonterías que no pasan por nuestra cabeza, que hacemos  sin siquiera pensarlo, automáticamente; pero que, si no las hacemos,  todo se convierte en una fatal tragedia. Deseas entonces no haber  nacido.
-O con los sesos desparramados sobre la pared.
Exactamente.
Se  acercan ellos, jugadores de viernes, a mirar sus restos en el suelo.  Nada más que su cráneo destrozado y vacío, su traje cubierto en una nube  de sangre nauseabunda y su cigarro todavía encendido. Sin embargo,  siempre hay algo excepcional en un paisaje tan desolador. Sus cartas  están intactas, aferradas con fuerza, sin mancha alguna.
-Cómo es la  vida. As y Q; al menos murió feliz y victorioso. Qué suertudo el  desgraciado.
-Nos quería sorprender; lástima que la bala lo  sorprendió primero.
-¿Lo sacamos y seguimos jugando?.
-Mañana lo  recogerán, supongo.
-Muy bien.
Y ellos, ignorantes de noche tan  especial, siguen jugando. Deslizan las cartas una por una: ese suave  sonido al recibir un nuevo juego, esa pequeña emoción.
Cae la  Luna sobre su rostro pálido.
Cae como siempre caerá.
Die  Maschinen!.
Die Maschinen.
Ya vienen ,sí, las máquinas a  arrasar. Ya vienen con sus temblorosos sonidos inhumanos, con su humo  oscuro y maloliente, ya vienen veloces a cerrarnos la garganta. No puedo  esperar. Cuánto más las sirenas nos dirán que estamos acabados, que no  aguantamos, que estamos vencidos en el polvo sepulcral de esta  trinchera. Y ya no te preguntas por los otros, ya no te preguntas qué  sucede afuera. Sólo abrazas tu fusil como si tu vida dependiese de ello,  como si tu vida fuese un horizonte de destellos y explosiones, como si  tu vida se comprendiese en ésos, tus ojos rojizos de ceniza.
-Son  los rusos- tu triste ser encorvado en la piedra me susurra, me susurra  tiritando. Tienes miedo en tu saliva, miedo en tus lágrimas, sólo  quieres ocultarte en este hueco repugnante. 
-Marica- y quiero  delirar con pólvora liberadora, oler la emoción explosiva, quiero tener  un gemido de muerte en mis manos. 
¡Bang!
Penetrante.
En  mi mira, cada suspiro, cada minuto, cada sensación, acaban de manera  inclemente. Y tiemblas, y sólo sabes temblar.
Su casco bolchevique  vuela millas, un rojo envuelto en rojo literal. Rojo sangriento, rojo  que no entenderás.
-¡Imbécil, nos han visto!.
-A la mierda con tu  miedo, Hans.
-¡Alfons, idiota! - te levantas y exclamas apasionado-  me llamo Alf...- y las balas sacuden tu cuerpo irritado,las balas  desploman tu ira al silencio. 
Fatal silencio.
Te llamabas  Alfons,mientras pasaban sobre ti las máquinas, mientras los tanques  destruían lo que quedaba de Berlín.
Cof, cof
Es como la historia de un durazno ocre y  deprimente, solo sobre una bandeja de madera podrida. Un durazno que  recuerda cómo se movía con el viento y caía al pasto. Hermoso rodando  colina abajo, suculento y vivo, esperando miles de labios y bellas  dentaduras, teniendo esperanzas de ser comido y olvidado. Y, recostado  sobre la madera, recuerda nostálgico ese instante, ese momento en que  estaba en su máxima expresión de duraznidad.
Lo mira fijamente,  es un hombre sin rostro comprensible, bebiendo un sorbo tras otro de una  botella verdosa, sentado inmutable sobre su asiento y su polvo. Piensa  entonces que no lo comerán. Su piel de terciopelo, al pasar los minutos,  se hace más oscura; se siente enfermo, con poca vida. Sigue mirándolo,  ve en su rostro el placer más placentero. El vino es como una buena  canción; llega a un punto de culminación maravillosa, donde las  sensaciones se pierden en la eternidad. Y en este clímax inexplicable  sus miradas se encuentran, y él, dejando la botella, piensa que es  perfecto un durazno así, mirándolo expresivo.
Mira la botella a  su lado, mira su fondo seco y su reflejo, ve su tallo en el suelo y su  piel oscurecida. Es todo lo que necesito. Naturaleza muerta. Es  naturaleza muer...
Ya deja de mirar ese cuadro y decir  estupideces, sigamos.
Sí, señor.